El clan del Hierro es a la vez nuevo y viejo, algo que no encaja muy bien en la sociedad imperial. En los tiempos de el Gran Éxodo, este clan no existía como tal, sin embargo si que existía una congregación de artesanos, tecnólogos e ingenieros que se esforzaba por conseguir que la tecnología que fabricaban fueran reconocidas como algo más que un simple trabajo manual. Denominaban artes a la forja del metal, a la electrónica y a la ingeniería en todas sus facetas. A pesar de todo, los clanes de samuráis los seguían viendo como lo que eran, una asociación de heimins, hombres libres que no pertenecían a la casta privilegiada, y como tal eran tratados en todos los aspectos.
Cuando se produjo la migración conocida como el Gran Éxodo, esta asociación de artesanos de la tecnología adquirió una tremenda importancia. Obras suyas eran las naves en las que los samuráis, la familia imperial y el resto de habitantes de Nihon surcarían las estrellas. Ellos los mantendrían con vida y les ayudarían a prosperar en una aventura incierta. Aquella congregación comenzó a tener clara por primera vez un carácter definitorio, una conciencia de clase.
Años después, establecidos ya en las primeras colonias, Tetsu Hanamoto alcanzó la comprensión de la IA y el clan nació. Siempre habían sido los sirvientes, los trabajadores, aquellos que arreglaban lo que los demás rompían, los que les proporcionaban comodidades con sus conocimientos de la tecnología, de la robótica, la ingeniería y la genética. Pero la IA les otorgó su mismo status, ahora eran un clan, tenían un ejército, y aunque seguían trabajando para ellos, aunque su actitud no cambió ni un ápice, los demás clanes los veían con una mezcla de envidia, temor y repugnancia.
Incluso cuando el Emperador les concedió la condición de la nobleza, se escucharon rumores en la sala. Los rumores se convirtieron pronto en desprecio evidente y luego en airada protesta.Pero nada de eso les importó porque sabían lo que debían hacer. Siguieron trabajando, muchos de ellos con más dedicación todavía, pues ahora sus obras no eran sólo meros instrumentos. Como samuráis, sus actos debían ser nobles y bellos y en ello se esforzaron.
La recién adquirida posición requería de otros quehaceres, tareas para las que no estában preparados al principio. El clan decidió atraer a todos aquellos samuráis sin señor, soldados y trabajadores que lo deseasen para llevar a cabo la difícil gesta de construir una gran casa. Muchos fueron los que se unieron a ellos atraídos por la tecnología que podían poner a su disposición. El avanzado armamento del que disponían era la envidia de los clanes más belicosos. Y sus factorías generaban tanta riqueza como las granjas biopónicas de los clanes más ricos.
La primera batalla no se hizo esperar más de diez años. El clan del Crisantemo y el del Cerezo se aliaron para arrebatarles el Sistema Kajari. Por aquel entonces disponían de pocas legiones pero bien entrenadas y excelentemente equipadas. Aún así, era imposible vencer en aquella batalla pese a la voluntad y fuerza de sus guerreros. Entonces Hanamoto surgió de nuevo para guiar al clan.
Desde el nacimiento de la IA, el invento de Hanamoto había estado perfeccionándose. La creación de esta nueva forma de inteligencia sufrió las restricciones de la timorata corte imperial. Las IA sólo tendrían la función de servir, eliminando toda posibilidad de ser ofensivas para el hombre tanto física como espiritualmente. El razonamiento de Hanamoto era de una sencillez y brillantez tal que todavía se escribe en kanjis en la entrada de las factorías. La servidumbre contiene una obligación y aquel que la acepta tiene todo el derecho a defenderla. Lo que venía a decir Hanamoto era que tanto los samuráis como las IA tenían la misma función, servir a sus señores, y por tanto ningún derecho podía negársele a quien cumpliera con su obligación. De esa manera comenzó la creación de los Tecnogaru, las dedicadas legiones de soldados robóticos poseedoras de una IA rudimentaria. Debido a la fuerte demanda inicial, producto de la guerra inminente, los primeros modelos fueron extremadamente sencillos muy alejados de lo que con el tiempo llegarían a ser los Jinkou, la perfección en el arte de la robótica.
Cuando las tropas del Crisantemo y el Cerezo llegaron al sistema Kajari, una pequeña flota de naves de guerra del clan del Hierro les esperaba. En un movimiento casi suicida, todas las naves se acercaron lo suficiente como para iniciar abordajes. Con Kajari Secundus de fondo, las legiones de Tecnogarus se abalanzaron sobre sus enemigos con la frialdad mortal que solo ellas pueden desplegar. Los restos del ejército enemigo se dispersaron por el espacio. Desde aquel día ningún clan volvió a tomarse a la ligera la soberanía de sus territorios.
Liberados de los resentimientos de los demás clanes, pudieron centrarse en aquello que les había dado la fama durante los años anteriores, la tecnología. Hoy por hoy el clan del Hierro puede asegurar con orgullo que es el clan más avanzado tecnológicamente de todos los que sirven al Emperador, convirtiéndose en una potencia a tener en cuanto en lo militar y en lo económico.
Sin embargo, el largo devenir de los siglos en el espacio y las inevitables batallas fronterizas han hecho pagar un alto precio a este clan. Lentamente aquellos samuráis que juraron servir el nombre de Tetsu han ido muriendo en sus camas o en el campo de batalla. Los científicos del clan comenzaron a desarrollar una nueva rama de la ciencia, la biotecnología, que permitiera a los samuráis vivir más tiempo, mantener sus capacidades en plenitud y sustituir los miembros y órganos que ya no funcionaban. Hoy día ya es complicado encontrar a un miembro de este clan completamente humano exceptuando a los pocos niños que nacen. A algunos les gusta pensar que tal es el precio que se ha de pagar por esa comprensión y brillantez con las máquinas, pero no dejan de ser tristes palabras de alivio.